Estaba observando el barrio tranquilamente desde mi balcón. La noche era perfecta. Mamá estaba en su hamaca, acompañándome. De momento, la luz violeta se hizo intensa alrededor de nosotras. Oí en la oscuridad un sollozo silencioso, empecé a escuchar atentamente para identificar de dónde provenía. Logré localizar los sollozos que se hacían cada vez más audibles.

Venían desde dentro del cuarto. Volteé mi cabeza buscando a Mamá en su hamaca, pero no estaba.
El rastro de la luz violeta me dirigió hasta Mamá, mojada en llanto, adolorida y débil. Estaba en el cuarto. Mamá le reclamaba a Dios cuestionándole el por qué no había estado allí cuando ella más frágil se sintió.

Yo me acerqué con ternura y abrí mis pezuñas hasta abrazarla. Hay veces, en que las personas no se dan cuenta de que los valientes y sanadores también necesitan un abrazo. Es un toque para que se recarguen. En el cuarto, la luz violeta cubría a mamá y a toda su cama, pero no fue hasta que sintió mi abrazo que empezó a calmarse. Las personas se quejan mucho sin saber que el ser vulnerables es parte, también, de ser valientes. Hoy, fui yo quién cuidé de Mamá. Ya mañana será un día lleno de Justicia. ¡Mamá, yo te amo!


Se publican todos los miércoles a las 3pm en esté blog. ¡Suscríbete para que seas el primero en leerlas! Lectura ideal para niños de 6 años en adelante. También los padres pueden leerla a niños más pequeños. Cuento e ilustraciones por Kathia Alsina Miranda. Edición del texto por Dra. Carmen Minerva Ramos
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