Mamá me llevó de aventura con ella… Ella vivía ahora en un apartamento con cuatro personas más. Era de locos aquel lugar donde todos hablaban a la misma vez y se reían a carcajadas. Había un mar de olores que entraban por las ventanas… Para mí, aquel lugar fue traumático los primeros días.

¡Tantos estímulos!
pensaba Aianna…
Quería meterme dentro de la barriga de Mamá para sentirme segura. Yo no lograba entender lo que estaba pasando a nuestro alrededor. Con el tiempo, entendí que, de esta nueva realidad era sobre lo que habíamos hablado tantas veces. Por fin, Mamá había cumplido su promesa.

Así fue como conocí al abogado, tenía una chispa diferente. Él hablaba con las plantas. Entendía a los ancestros que viven entre sus raíces y su clorofila. Él insistió en que yo debía tomar una ducha.
bueno, si tú quieres salir todo aruñado, adelante. ¡Báñala!
le dijo Mamá.
Luego de esa advertencia, no lo intentó.

Más tarde, conocí al agrónomo que no sembró ni una “matita” de habichuelas. Él tenía una energía curiosa. Parecía un niño atrapado entre sus cuatro pelos de la cara. Intentaba ser el niño que aún anhelaba pero que había quedado atrás hacía mucho por culpa de los años.

El agrónomo moría por jugar en la computadora y Mamá me tenía prohibido entrar a su cuarto. ¡Que me prohíban algo me llena de curiosidad! Así es que, un día, digamos que me resbalé por la ventana y caí en su cuarto. Me gustó aquel lugar. Fui cuidadosa y, como una ninja, no dejé huellas.
De los otros personajes que iban y venían en aquella casa casi no me acuerdo. Sin embargo, otro día les contaré de la persona en la 189. ¡Eso sí fue una HISTORIA!